La Autenticidad en el trabajo bien hecho

Erich Fromm, “La verdad llega a ser instrumento poderoso para todo el que carece de poder material porque se basa en la integración de la personalidad y transparencia para sí mismo”.                                                                                                                                                                                                          En lo que leemos, escuchamos, decimos o escribimos debemos tener en cuenta su autenticidad, aquello que nos suena o sentimos de  que su autor es auténtico, que lo siente de verdad y no como alguien que conocí que tenía la coletilla de decirle a su interlocutor “Eso no te lo crees ni tú”. He llegado a escuchar algo parecido en una persona refiriéndose a dos poetisas amigas, indicándonos que sus poemas eran excesivamente profundos y metafóricos como para que surgiesen de ellas y como yo no era de su opinión, me preguntaba cómo era realmente quien nos decía aquello  y su grado de capacidad para calificar lo que para él le fuese extraño o distinto. En este caso yo descartaba la envidia o el engreimiento; podría ser  su falta de capacidad de identificarse con quienes no sean como él, no llegar a conocerlos, sencillamente discurrir correctamente.

Y ese vivir en falso les hace caer a muchas personas a creerse lo primero que le digan de otra que debieran conocer muy bien y no admitir aquello que se le dice sino está muy concreta y bien fundamentado porque la honra y el vidrio se rompen con un solo grito.

Soy defensor de la literatura del yo como interés por la transparencia y autenticidad de pensamientos y sentimientos aunque en ellos pueda haber aparentes contradicciones en el tiempo dada la evolución de los individuos y sus circunstancias –no tengo nada más que pensar en mí mismo  para saber por lo que se pasa-.Pero en el fondo es un camino elegido para mejor conocernos a nosotros mismos y a identificarnos con los demás a pesar de ser consciente de las distintas formas que existen de manipulación social que por intereses personales, egoísmo o envidia, pueden horadar o herir sinceras y honradas actitudes.

Siempre he considerado que una actitud íntegra y auténtica a pesar de sus riesgos, es  tan natural como el alpinista que sube una montaña,  sus “obstáculos” van quedando atrás y por debajo de lo que quiere sentir y expresar, llega a la cima. No tiene por qué ser como Jonás, que se metió en una ballena y salió transformado sino subir, superarse y llegar.

Estos párrafos han surgido al terminar de escribir mi artículo “La maleta vacía”, pensé los días y años que he dedicado a cuidar de mi madre, la cual la ingresé en una Residencia amiga de personas independientes y poco a poco la Residencia llegó a tener que ser para dependientes. Los distintos estadios de nuestra vida van apareciendo en ella y su sola experiencia nos serviría como lección pero resulta que a su vez, estamos inmersos en una vorágine política y social llena de confusión donde ya todos los partidos políticos están inquietos en el cómo van las encuestas, qué no hemos hecho y qué hemos hecho mal, acentúo la importancia que tiene lo que hayan ido sembrando cada uno de ellos y cómo han ido moviendo sus fichas y transmitiendo sus mensajes, y sin poner el dedo ni señalar a las grandes y sustanciales contradicciones de cada uno de ellos, me he inclinado por ceñirme a la importancia del pensamiento que encabeza estas letras con la salvedad que “quien tiene poder material” también debiera en estos modernos tiempos  cuidar de su autenticidad.

Incluyo dos poemas nacidos en aquel período de cuidados a mi madre. Dos años de diferencias hay entre ellos y hoy he observado que son casi los mismos.

 EN EL QUIETO SILENCIO DE UNA SALA

 ¿Quién me quita estas lágrimas

que mi madre me ha dejado

en su amarga sonrisa

descolgada de su vida?

En el quieto silencio de una sala

y entre vivificantes caricias

que la estremecían, le pregunté:

¿Estás a gusto ahora?

Dulcemente giró su cara

y dos gotas le resbalaban.

-¿Por qué, mamá?

-Hijo, son emociones.

Ni carantoñas, ni abrazos,

puso sus manos sobre las mías

y se las llevó a la cara.

Me quedé observando.

Con gesto maternal

y en el quieto silencio de la sala,

me agradeció los soplos de mi alma,

para ella irrepetibles,

no los recordará de hoy a mañana,

ni siquiera los de ayer

aunque siempre la acompañan.

Sus ojos de azul claro

me miran entreabiertos

y sus párpados abre de par en par,

ríe y echa su cara atrás.

“Hijo, ¿qué hacemos aquí?”

Ella está sin ayer, sí,

pero las dos lágrimas de hoy,

¿quién me las quita a mí?

020405 gálvez pacheco

 

VOLVER A LA VIDA

Largos días de espera,

espera de la muerte,

suerte que no viene

      aunque sientas que llega.

   Miedo a noche crujiente.

      Y me dice: «¿qué hago?».

Ayer, ahora y siempre

 es un instante cercano.

     Si me retraso en su alivio

un lamento sin respiro

y mirada de dolor.

 ¿Qué puedo hacer yo

      si el tiempo no consuela

 y es mano de Dios?

         ¡Qué larga noche de espera!,

   ¡qué frío durante el día!,

     ¡sus manos y su mirada

             imploran quedarme con ella

  en gesto de agonía!

      Otra vez es todo y nada.

                No existe la rutina en un hijo,

                   eso para el sepulturero queda

             y nunca para una madre.

                      Inundado por dentro y al inclinarme,

                              un desconsuelo, «llévame contigo».

                        Sin respuesta quedó ese momento.

                     Poco a poco, con mimo y tiento,

                     le pongo manta y toquilla,

                         la cubro entera de abrazos,

                             la arropo con besos y caricias

                              y teniendo sus manos con las mías,

                               le abro sus sentidos maternos.

                    El calor volvió a sus mejillas,

                         sus ojos revivieron en los míos,

                      llegó a su cara la sonrisa

                            y una madre encontró a su hijo.

                               A los ángeles de la noche y el día

                            es pido que sean su centro,

                                         y que me lleve su dolor con alegría.

                                                                          200306 Rafael Gálvez Pacheco


Una respuesta a “La Autenticidad en el trabajo bien hecho

  1. Estos párrafos han surgido al terminar de escribir mi artículo “La maleta vacía”. Los distintos estadios de nuestra vida van apareciendo en ella. Pero resulta que, a su vez, ha estallado y estamos inmersos en una vorágine política y social llena de confusión donde todos los partidos quisieran manipular las encuestas e influir desde ellas, están inquietos en qué no han hecho bien y que han hecho mal también qué hay que hacer para seguir engañando, camuflarse y hacer picar. Acentúo la importancia que tiene conocer la verdadera historia de lo que han ido sembrando cada uno de ellos, cómo han movido fichas y transmitiendo sus mensajes.

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