La maleta vacía

2. atardecer WP_001725Dos jóvenes llevaban por la calle a una abuelita en silla de ruedas, la llevaban a su casa y uno de ellos era su nieto. Cuando llegaron, llamaron a la puerta y como no le abrían, decidieron dejarla encima de la acera con su maleta y frente a la casa. La abuela padecía demencia senil. Ese estado en el que, quien lo sufre, refleja en su cara una expresión desvariada como si su alma estuviese en continuo sufrimiento; algunos enfermos oponen a su cuidador fuerte resistencia, en general, molestan a los que están cercanos pidiéndoles continuamente a gritos y por cualquier cosa, ayuda innecesaria. Muchos se muestran agresivos con las personas que le quieren y que la están tratando por eso se requiere un gran esfuerzo para cuidarlos, mucha determinación y un trato de amor que se aproxime al de una buena hija. En todo caso, hay que ser experto con mucho temple y generosidad, como un gran profesional. La abuelita quedó frente a la puerta en un mal día desapacible de enero con frío y viento. El año comenzaba mal.

Cuando me llegó la noticia, me sobrecogió –ya, ella, había fallecido-. También se publicó que tuvo 18 hijos, de ellos 11 siguen vivos cuando esto escribo. Y pensé: ¿qué vínculos fraternales, qué calor de hogar, qué eslabón se ha roto en la cadena familiar? Si no se hubiese perdido el temor a Dios y al gusto de mirar a la cara y saludar a la gente que conocemos por la calle -sin distinciones-, o el miedo al qué dirán, ¿la hubiesen dejado allí abandonada? ¿Qué valores han sustituido a los fraternales, morales y sociales, a los sencillamente de vecindad o, únicamente, al de la propia estima? ¿Se comportaron así porque lo sustancial de nuestra propia naturaleza lo hemos perdido y estamos vacíos?, ¿en que oquedad hemos caído?

En su juventud esta abuela vería la maleta llena de ilusiones, entonces puede que ni siquiera pensara en ella misma, le bastaría soñar con amor, y lo dio. ¡Vaya que si lo dio! Sus entrañas, su sangre, su vida. Amor de madre, a la carne de sus carnes. Miraría alguna vez para sus adentros y de seguro que sintió amargura y en su rostro surgió una lágrima seca, pero después de contemplar las ramas que había criado y mirar con cariño a los que la rodeaban, estaría satisfecha de su matrimonio y trabajo, se llenaría de firmeza y coraje para seguir adelante. Y así tuvo que ser.

Pero los jalones de la vida van marcando nuestro propio desarrollo como en las carreteras marcaban los linderos con mojones. Cuando salimos del hogar paterno hay un punto de inflexión, un día nos unimos a otra persona con el sabor de un beso, formamos una familia y seguimos adelante con la educación recibida, con nuestra naturaleza a medio formar y con mucha confianza en nosotros mismos, lleno de ilusiones. Además, hemos formado un conjunto con dos colores. Dos colores que se unen, que conviven y comparten y que se relacionan con otros. Nos vemos dentro de un grupo, parte de una urbe, de que somos ciudadanos y a nuestro cargo tenemos a alguien. Crecemos y nos relacionamos. Un nuevo frente muy complejo que muy bien conoce la abuelita, ella ya pasó por él pero también sabe que ahora está a merced de unos jóvenes que no saben ni quieren saber, ella es para los demás una extraña.

¿En qué momento vio su maleta vacía? Nunca antes de aquel momento. Se habrá matado a trabajar, habrá sufrido la guerra civil (hambre, sed, terror), le llegó el fatídico día que se vio sin su pareja. De seguro que aprovechó su vida. Aquel sabor del primer beso lo fue entregando a esas 18 semillas que adquirieron su propio gusto y color, que hicieron sus maletas cuando les llegó su hora y se mezclaron con otros gustos y colores. Todos los días cada cual pone en hora su propio reloj.

Ya no es cuestión de sintonizar relojes. Se llega a un arco iris irreconocible, pero, además, aparecen otros sabores: el del dinero, la comodidad, la conveniencia, lo utilitario, el gusto por todo lo material. La Señora Historia se ha perdido. En estos tiempos, cuando muere el guerrero no lo queman abrazado a su espada para que el alma esté junto a Odín, ni las almas de los justos esperan al Mesías en el Hades para que les libere. Incuestionablemente, ella no pidió nada a cambio. Es posible que no fuese perfecta y tuviese algún que otro error. Era humana, en su total complejidad. Aunque la ingratitud tiene siempre explicaciones con tal de no agradecer ni reconocer la generosidad de otros, merecimientos desinteresados no señalados por ellos mismos, anónimos. ¿No habrá un alma que diga: «sea lo que sea, nunca se puede llegar a esto”?

¡Qué vacía tendría la maleta nuestra abuelita cuando la dejaron abandonada en la calle! ¿Y si dentro hubiese habido, simplemente, una “magra” pensión? Resulta que al final de nuestro camino, tan importante como la vida o la muerte, es obtener, acopiar, guardar pertenencias tangibles, cambiables, que tengan valor para otros, por si acaso. ¡Qué solitaria está quedando nuestra propia maleta!

Artículo publicado en el diario La Opinión de Málaga el día 22 enero 2004


Una respuesta a “La maleta vacía

  1. El mundo actual condena a la ancianidad y a la vejez, las marginan como si los jóvenes y adultos de hoy nunca fueran a llegar a esas edades avanzadas. La ancianidad puede ser la mejor etapa de la vida, de la oportunidad de ser uno mismo, de poder liberarse de las cosas materiales, de llegar a la paz interior y a la iluminación. Naturalmente lo sería si antes hubiese hecho “el camino”. Es más, se rechaza la idea de que todos llegaremos a ancianos y después a viejo, ésta última podría ser una etapa deslucida, estropeada de la que dependeremos de otros. Las personas que lo tienen todo no se dan cuenta que lo único que los hace sentir vivos es ayudar a los demás a ser felices. Debemos saber que a estas dos etapas llegaremos y que es ahora cuando debemos edificar y construir las bases, dedicándole a los que ya lo son, parte de nuestro tiempo con amor y esmero.
    Un anciano puede trascender sus limitaciones físicas con dignidad, llegar a muy avanzada edad y puede que llegue a ser viejo.

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